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Foto del escritorPepe Sanchez

4 siglos después de publicado por Miguel de Cervantes, Sancho y don Quijote aún cabalgan y sonríen

Actualizado: 23 abr 2020



Don Quijote, la inmortal obra de don Miguel de Cervantes, vio la luz el 16 de enero de 1605; entre muchos sucesos, en ella se narran tres episodios que demuestran que Sancho Panza no era tan tonto como se piensa y que antes por el contrario, poseía una sagacidad fuera de lo común, con juicios de una sabiduría superior, cuyos únicos rivales en el planeta Tierra, serían los del Rey Salomón. Aquí les narramos dos de esos geniales sucesos el primero de ellos, demostrando el gran ingenio de que se valen algunos para "tumbar" a los demás;


-De inmediato se presentaron dos ancianos, uno con un bastón de caña y el otro sin bastón, el cual dijo:

- Señor, a este buen hombre le preste diez escudos de oro con la condición de que me los devolviera cuando se nos pidiese. Dejé pasar muchos días sin pedírselos, para no ponerle en un aprieto, pero, como se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los devuelve, sino que dice que nunca le presté los escudos, y que si se los preste, que ya me los ha devuelto. Si ahora jura ante vuestra merced que me los ha dado, yo se los perdono.

-¿Qué decís a esto, buen viejo del bastón? - preguntó Sancho.

- Yo, señor, confieso que me los prestó, y si baja vuestra merced esa vara, juraría que se los he devuelto y pagado.

Bajó el gobernador la vara, y el viejo que había de jurar le dio el bastón al otro viejo para que lo sostuviera mientras hacía el juramento, y luego puso su mano sobre la cruz de la barra del gobernador diciendo que era verdad que le había prestado los diez escudos pero que él los había devuelto con su propia mano. Al ver esto, el gran gobernador preguntó al acreedor qué respondía, y éste contestó que su deudor era buen cristiano, de modo que si había hecho el juramento es que le había devuelto los dineros y él se había olvidado. Y diciendo esto devolvió el bastón a su dueño, que salió del juzgado con la cabeza baja. Visto lo cual por Sancho, inclinó la cabeza sobre el pecho y, poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que llamasen al viejo del bastón. Cuando se lo trajeron, Sancho le dijo:

- Dadme, buen hombre, ese bastón, que lo necesito.

- De muy buena gana, señor.

El viejo dio su bastón a Sancho, y Sancho se lo dio al otro viejo, y le dijo:

- Andad con Dios, que ya estáis pagado.

- ¿Yo, señor? ¿Acaso vale diez escudos de oro este bastón de caña?

- Sí - dijo el gobernador -, o yo soy el más bobo del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.

Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Se hizo así, y dentro de ella se hallaron diez escudos de oro. Quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.


El otro caso es entre un hombre y una mujer. Ella acusa al hombre de haberla violado, arrebatándole “este tesoro que había a sabido proteger contra toda asechanza durante 23 años y que éste ahora me ha arrebatado”.

El hombre asegura todo lo contrario. Ella se entregó por voluntad propia, a cambio de veinte monedas de oro.

La dama, jura por  todos los santos otra vez, haber sido despojada del sacrosanto tesoro que con tanta honestidad, “supe defender durante 23 añ0s”.

En su papel de gobernador, Sancho le exige al hombre que saque el dinero que lleva consigo y lo entregue a la ofendida. El hombre lo hace, y Sancho, una vez la mujer ha recibido el dinero, le ordena marcharse.

-Váyase ahora. le dice.

La dama lo hace, pero entonces el gobernador le pide al hombre que la alcance y se lo quite.

Presuroso, el individuo parte raudo, agarra a la mujer por los hombros, la sacude y trata –de manera infructuosa- de despojarla de dinero. Sancho ordena que ambos sean capturados.

Tras el escándalo, y ya ante la presencia del campesino –convertido ahora por obra y gracia de Cervantes en gobernador y juez- la mujer acusa al sujeto de querer quitarle “la bolsa de monedas que S.E. me ha  concedido”.

-¿Y consiguió arrebatártela? –preguntó Sancho.

-No señor. Me he defendido y no ha podido arrebatármela”, dijo ella

El veredicto de Sancho fue digno de Salomón, como señalába en principio.

-Si hubieras puesto tanto empeño en defender el tesoro que con tanta honestidad guardaste durante 23 años, ni tres hombres habrían podido quitártelo- fue su juicio.

No dudo, ni más faltaba, de la palabra de las damas que aseguran haber sido violadas,  pero…¿Un hombre solo, desarmado, podría violar a una mujer que utilizara todas sus fuerzas para defenderse?

No puedo afirmarlo, pero hay que reconocer que es difícil, muy difícil, abusar de una dama que esté dispuesta a defenderse.

Para lograrlo, el victimario tendría que haberla amenazado con un arma (que en algún momento tendría que dejar para poder cumplir su cometido) o hacerlo cuando ella esté del todo indefensa, inconsciente. Y eso no es fácil para un solo individuo

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