Por: Guillermo Nieto Molina
La pelota corría, y él la perseguía, la pelota corría, por valles y praderas, él la perseguía, la pelota corría por montañas, y playas y él la perseguía, la pelota corría por desiertos y jardines y el la perseguía, la pelota corría en las lluvias y él la perseguía cuando la alcanzó, y la tuvo en sus manos y en su alma, ya no tenía la edad para vivir y ser feliz….
Su amor era ejemplar, Único solo ellos lo entendían. Bastaba despertar cada mañana y al rozar sus miradas, las chispas del sentimiento hervían en besos y caricias. Entre ellos dos el amor era lo esencial para permanecer vivos. Para ellos los recuerdos no existían, en su mente cada vez que dormían o hacían la Siesta todo se borraba y comenzaba su nuevo día; diáfano y radiante sin los atormentadores recuerdos. Él le podía escribir los versos más hermosos y declamarlos con la sensibilidad derramándose por los poros, pero una vez conciliado el sueño todo pasaba al laberinto de la nada, dejaba de existir para los dos. Ella cada día, despertaba con la inocencia de vivir y al verlo sus deseos se trasformaban en amor por él. Siempre se esmeraba por complacerlo, le preparaba desayunos y comidas exquisitas, y por la noche se vestía, con su pijama atrevida sensual de color rojo de encajes amarillos y de escote profundo, para resaltar sus senos. Hacían el amor de varias formas, como fieras, como aves, como escarabajos. Como insectos, como debe ser el amor; siempre una aventura innovadora, en ellos no existía el recuerdo y así sentían cada noche la magia del amor. Al despertar ya no recordarían nada después de dormir, quedaba en blanco la memoria de su amor. Eran felices, sabían cada uno a su manera lo que significa lo que es verdaderamente estar enamorado. Ella le pintaba corazones en su alma y él le entregaba su alma en cada beso. Una persona envidiosa de verlos felices descubrió su encanto, investigó y en un postre les suministró la pócima para que pudieran recordar. Desde ese día, todo cambió, nada fue igual para él, acudían sus recuerdos a mortificarlo cada vez que ella le servía su almuerzo él recordaba” siempre lo mismo” ya los besos de ella no le robaban el alma los recordaba rutinarios y simples .Para ella dejo de ser una propuesta sensual su pijama y la rutina la atormentada siempre con los recuerdos, “ayer también igual que hoy la posición de ayer” los recuerdos ahora impresos en sus memorias destruía cada día más el amor. Pasó el tiempo llegaron a la edad longeva cuando la experiencia vale más que la vida, pero ya la vida no te da fuerzas para vivirla. Los dos enfermaron perdieron la memoria, eso los hizo felices volvieron a quererse como la vez aquélla que no guardaban recuerdos de su amor en la memoria.
Guillermo Nieto Molina
Octubre 19 8:27 A.M.
Comments