Por: Guillermo Nieto Molina
Los años la relegaron al olvido, poco a poco se fue convirtiendo en un mueble antiguo. Transitaba en su silencio en los rincones de su casa sentada en su mecedora de palito. Verla extraviada y sumergida era divisar la nostalgia convertida en una anciana. Varios años tenía que no musitaban palabras coherentes, su mundo era conservar el silencio, y contestar con sonrisa infantil los saludos de esporádicos familiares que visitaban la casa. Un domingo por la tarde la vistieron de un nuevo traje la peinaron y maquillaron, sus arrugados cachetes con rubor, ese día vendría un pretendiente de su nieta del extranjero con deseos de casarse. El pretendiente llegó puntal, a la hora señalada, alto, blanco de pronunciada nariz ojos azules y cabellos rojizos. De notado acento catalán. La abuela estaba ubicada en el costado derecho de la sala justo frente a la ventana por donde circulaban los vientos alisios del mes de diciembre. El joven europeo se acercó a saludar a la anciana. La abuela no dejó que se le acercará sin ponerse de pie su voz se escuchó pausada decidida y mordaz.
Dijo: — ¿a qué vienes? De nuevo a invadirnos de tormentos, a querer conquistar el corazón de mi bis nieta para saquear nuestras esperanzas en lo túneles de maltrato y tortura que utilizaron tus antecesores, en socavones de muerte debajo de los altares de las iglesias de las sabanas de Cundinamarca, donde los indígenas preferían huir y suicidarse desde la piedra de la montaña blanca lanzándose al vacío para evitar la tortura y castigo de españoles como tú , que saquearon destruyeron su cultura y despojaron de sus tierras. Si a eso ha venido, con esa idea, puede largarse por donde vino, español de mierda– Su lucidez volvió a perderse en el crespón de las brumas de su memoria. Sonrió y con gesto infantil dijo:
— Quiero agua.—
Guillermo Nieto Molina. Octubre 28 12:35 P.
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