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Foto del escritorPepe Sanchez

Presidentes Alan García, Perú y José Balmaceda, Chile: Dos suicidios y dos causas. Oro y Sangre


Alan García, según la prensa, se suicidó para evitar ser condenado por corrupción; José Manuel Balmaceda, en el siglo XIX en Chile, por remordimiento al haber causado una guerra civil y la muerte de centenares de miles de compatriotas pero sin haber malversado un solo peso de las arcas de su país (Un revólver sobre la sien y quinientos pesos por todo capital, dijo de él Vargas Vila)


El suicidio de Alan García por motivos derivados de  la actividad política, desde luego que no es el primero en el universo, pero sí uno de los dos más sonados en América Latina. El otro se remonta a finales del siglo XIX en Chile y tuvo como protagonista al presidente José Manuel Balmaceda, tras una pavorosa guerra civil.

Hasta allí el paralelismo de la situación porque en las causas, sí hubo una  enorme divergencia. Mientras se dice que García tomó la determinación fatal para eludir el escándalo y la vergüenza de una condena por delitos contra el patrimonio público, lo de Balmaceda fue mucho más complejo. El dolor y la tristeza que le ocasionaron las muertes de sus conciudadanos en la guerra y después de ella, y el sentimiento de culpa que le corroía por la certeza de haberse equivocado en su comportamiento y provocado con ello la confrontación bélica, fueron el detonante.

 Gustavo Espinoza M.  (https://alainet.org/es) en el  Portal América Latina en Movimiento, dice sobre el caso de Alan García:

Nadie en su sano juicio, podría decir que Alan García fue víctima de una persecución. Ni que los cargos enarbolados por la justicia contra él, fueran motivados por razones de orden político,

Por el contrario, su detención era esperada hacía mucho tiempo y más bien la ciudadanía se preguntaba por qué ella no ocurría, existiendo poderosos elementos de juicio en su contra. Por lo demás los cargos levantados no tenían ninguna connotación ideológica ni política. Se trataba de acusaciones puntuales derivadas de su propia gestión gubernativa, del uso de fondos del Estado y de recepción de dineros del exterior obtenido en forma dolosa e ilegal.

En el fondo, eran acusaciones en buena medida similares –aunque bastante más graves- que las que llevaron a prisión a Ollanta Humala durante nueve meses; que mantienen tras las rejas a Keiko Fujimori desde diciembre pasado; y que han dado lugar hace apenas unos días a la captura de Pedro Pablo Kuczynski, el presidente peruano electo el 2016.

Bien podría decirse que tres razones empujaron a García a asumir la acción que lo condujo a la muerte. La certeza de la autenticidad de las acusaciones en su contra y la seguridad que en cada caso existían pruebas incontestables; la presencia en su mente de los trágicos hechos que protagonizara en el pasado y que costaran la vida de tantos peruanos –Desde los Penales hasta Bagua, pasando por Accomarca, Llocllapampa, Parcco Alto, Puccas, Pomatambo, Cayara, Santa Rosa, Los Molinos y otros- y el temor a verse recluido en un prisión, él, que jamás había pisado una cárcel en condición de reo.   Por el contrario, en el caso de Balmaceda, el arrepentimiento por haber provocado derramamiento de sangre inocente, los espantosos dolores ocasionados por una guerra de la que él mismo se supo culpable, lo llevaron a darse muerte.José Manuel Balmaceda, como lo señaló el escritor colombiano, José María Vargas Vilas, no manchó sus manos con dineros públicos. Chile entró en un conflicto bélico en  1891, porque le determinación del presidente Balmaceda de disolver el Congreso a causa de que este organismo se negó a aprobar las leyes que el mandatario presentó sobre Fuerzas Armadas y Presupuesto de Gastos Públicos, hizo que el , hizo que los grupos políticos adversarios se soliviantaran.

Al respecto, en el portal de la Biblioteca Nacional de Chile http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-channel.html  se lee: Durante el gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda, en 1890, y en medio de fuertes tensiones políticas que enfrentaron al ejecutivo con el parlamento, el Congreso Nacional se negó a aprobar las leyes periódicas que fijaban las fuerzas de mar y tierra así como la Ley de Presupuesto de gastos públicos. El Presidente reaccionó declarando, en una Proclama pública del 7 de enero de 1891 que, dada la situación de ingobernabilidad producida, se renovaban las mismas leyes sobre esa materia dictadas el año anterior. Los partidos de la oposición respondieron con el Manifiesto de los Representantes del Congreso a bordo de la Escuadra, desconociendo las facultades del poder ejecutivo. Balmaceda, el 11 de febrero de 1891, ordena la inmediata clausura del Congreso Nacional. Comenzaba así una guerra civil, que duraría seis meses y costaría la vida a más de 4.000 chilenos, en una población de algo más de dos millones y medio de habitantes.   Estas fue la causa del suicidio, que se presentó el 19 de noviembre de 1891, descrito así en el citado portal -Entretanto, después de su abdicación, el presidente Balmaceda había ido a asilarse en la Legación Argentina. Desde allí pudo presenciar la apoteosis de sus adversarios y las manifestaciones de ira y de venganza contra su persona y sus amigos. Nervioso y desasosegado, aguardó en su encierro el día en que debía terminar el período para que había sido electo presidente. Podía haber puesto entre él y sus vencedores la cordillera de los Andes; en la Argentina habría hallado asilo, como lo tenían ya muchos de sus partidarios; pero consideró indigna la fuga. Por un momento pensó entregarse a sus enemigos y esperar la hora de defenderse, pero temió no ser respetado por los que deberían juzgarlo. Entonces se formó una resolución suprema e irrevocable: el suicidio. Llegado el día 18 de septiembre de 1891, término legal de su período, escribió varias cartas a personas de su familia y de su más íntima amistad. Escribió también una especie de manifiesto o testamento político, en que explicaba y trataba de justificar sus actos. Al otro día ―19 de septiembre de 1891― se levantó temprano, se vistió de riguroso negro y, tendido sobre su cama, tomó el revólver, aplicó el cañón a la sien derecha y se disparó un tiro que le quitó la vida instantáneamente.  Alan García, suicida por corrupción, por fondos malversados; José Manuel Balmaceda, por haber provocado la muerte de cientos de miles de compatriotas. Sangre y Oro, Oro y Sangre. Pero el escritor colombiano, José María Vargas Vila, aunque no exculpa a Balmaceda, en parte lo elogia, comparándolo con otros dictadores de América: Así desaparecían los héroes homéricos. Balmaseda sobrepasa, en todo, las proporciones de los tiranos vulgares de América. No pertenece á esa morralla oscura de ambiciosos, plebe de tiranuelos ; no es de la estofa de los Núñez, los Rosas, los Anduezas, los García... descuella sobre ellos con una majestad de roca en el desierto. ¿Cuál tan brillante como él? ¿Cuál otro ha tenido el valor de no sobrevivir á su caída ? ¿Cuál de ellos ha puesto fin á su existencia odiosa de manera tan viril? ¿ Cuál moriría como él, con un revólver sobre la sien y quinientos pesos por todo capital? Rosas huyó á Inglaterra, repleto de oro; Francia murió lleno de miedo, solitario, como un eremita. García Moreno, de rodillas, pidiendo perdón. Núñez temblando de pavor, entre el remordimiento y los restos de su rapiña. Guzmán Blanco en París en la insolencia de sus inmensos peculados... ¿Cuál osaría compararse a Balmaceda? Ninguno. Y, sin embargo, a pesar de su grandeza personal, la historia tiene que maldecirlo 

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