Nota escrita por Ruth Abello el año pasado
Nota escrita y publicada el año pasado
Por Ruth Abello
Santiago de Cali tiene ya 482 años.
Fue un 25 de julio de 1536 cuando llegó don Sebastián al caserío eran cinco mil vecinos en tiempos de bonanza, era un lindo parador en el camino, eran valientes con causa los que labraban mi tierrra… con esa canción saludo a mi Cali bella cada que se conmemora un año de su fundación.
Es claro que el mejor lugar en el mundo para vivir viene siendo aquel donde uno es feliz -no importa donde lo ubique la geografía-, yo tengo un innegable amor por mi terruño aunque ahora no viva en él, porque el lugar donde nací y donde me crié determina en mí más que mi acento al que no pienso renunciar, ni disimular. En Cali están mis raíces y haber nacido ahí me hace pertenecer a la cultura calida, feliz y amable que han hecho de Cali la ciudad más piropeada del país.
Una ciudad con dolencias y con carencias pero donde abunda la gente trabajadora, honesta y buena vibra, una ciudad donde hace calor incluso cuando llueve. Lluvia que no desaprovechamos para sobreactuarnos desempolvando los sacos y hasta botas porque al fin de cuentas cuando de hacer calor se trata se calienta como la paila del manjarblanco.
Amamos nuestras tradiciones y las repetimos como robots pero con deleite, como por ejemplo al terminar una jornada laboral hacemos una parada en la venta de chontaduros con miel y sal, o en otros días no tan cotidianos (más bien de quincena) ir a degustar lulada con marranitas o empanadas con champús, a veces los viernes desayunar con aborrajado y café… gastronomía es lo que hay, así sea una oda al colesterol y puro tapa arterias.
También le apuntamos a la caminata por los cerros ya sea el de Cristo Rey o el de Las tres cruces (por lo menos una vez al año), aunque los más deportistas las emprenderán religiosamente los domingos por senderos ecológicos de Pance o Los Farallones en pleno. O simplemente disfrutar desde los jardines de las casas o los balcones de los apartamentos de la deliciosa brisa caleña que envuelve a la ciudad desde las cinco de la tarde, porque en Cali sí ventea sabroso, oiga.
Cali, una ciudad peligrosa donde no se puede “dar papaya” y toca vivir haciéndole el quite a la delincuencia de una manera tan normal que uno termina por creer que peligro no hay. Al punto que si le roban a alguien el celular uno piensa que la víctima tuvo la culpa por haber sacado el celular en la calle.
Además de la delincuencia ha tenido algunos pésimos gobernantes que han frenado su desarrollo, pero con todo eso hay caleños de verdad que luchan por hacer de Cali ese gran vividero que ha sido en épocas no tan lejanas que me han permitido decir que soy de la época en que Cali era cívica y se me pegó.
Cali es más que salsa, y su feria más que un acto frívolo y de derroche fue un mecanismo de rescate para sacar a la ciudad de la inmensa tristeza en la que quedó después de sufrir el embate de la explosión del inolvidable 7 de agosto de 1956 y digo inolvidable porque ese desastre quedó en la memoria colectiva de los caleños.
Cali con sus 15 corregimientos y sus 22 comunas que reúnen a sus dos millones y medio de habitantes donde no todo es cuestión de pandebono es el tercer centro económico de Colombia. Aunque no tengo intención de dar datos que fácilmente se encuentran googleando, sólo quiero decir que soy orgullosamente caleña por amor a mi ciudad y no porque odie al resto.
Ahora que estoy lejos de mi ciudad me conformo con creer que es que yo quiero tanto a Cali que el destino me escogió como embajadora y en mis peores días de nostalgia me gustaría que de vez en cuando la tierra me trague y me escupa en Cali.
No puedo hablar de Cali y no nombrar su fútbol y querer que los hinchas de verdad no se terminen nunca y que vuelvan al estadio a alentar a sus equipos así no estén en sus mejores momentos, que se acabe la violencia en los estadios, que gane el fútbol mientras yo canto mi propia versión de “América al Cali ganar, aquí no se puede empatar” pero, nada de triunfalismos, fútbol en paz ya sea que gane el América o que pierda el Cali.
Para fortuna mía Cali ha sido una ciudad muy cantada y sus canciones me sé de memoria hasta los he vuelto mis himnos “que Cali es Cali señores lo demás es loma” y parafraseo con ellos porque hay un Cali pachanguero sonándome en toda el alma.
¡Santiago de Cali tiene ya 482 años!
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