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Foto del escritorPepe Sanchez

Diomedes Díaz; Eros y Tanatos (Final)

Actualizado: 23 dic 2019




– II PARTE –

THÁNATOS (Dios de la Muerte=






José Gabriel Coley

…Pa´ que no te me acabaras/ fuera bendita, fuera bendita…”

No muchos años después de haberse separado de Patricia, a Diomedes le cambió la suerte al verse implicado en la muerte de Doris Adriana Niño ocurrida en horas de la madrugada en Bogotá el 15 de Mayo de 1997.

A través del acontecer de su vida la relación del cantautor con la muerte había sido muy frecuente. El primer contacto con la Parca le aconteció con el deceso de una hermana menor siendo niña. Otro luto familiar ocurrió con la muerte de su tío Martín Maestre, acordeonero, compositor y cómplice, que falleció en un accidente de tránsito, estando en el volante el propio Diomedes. Martín, era el tío preferido, su alcahueta y quien lo había ayudado en sus primeros tiempos de serenatero, por lo que quedó profundamente afectado con complejo de culpabilidad.

No obstante, antes de ese insuceso, en 1978 y en su propia presencia, fue asesinado en una caseta que él animaba, su entrañable amigo Licímano Peralta, a quien estaba dedicada la última estrofa del paseo “Lluvia de verano” de Hernando Marín. Luego en 1982, mataron en Valledupar a Héctor Zuleta Díaz, al que Diomedes le había grabado varios discos. Héctor, además de compositor, era su acordeonero preferido con quien no alcanzó a grabar. Otra desazón más.

Corría el tiempo de la bonanza marimbera, y los capos empezaban a rondarlo para que cantara en sus francachelas, pagarle bien y hacerle regalos suntuosos a cambio de saludos en sus canciones como reconocimiento y ostentación del capital que amasaban, entre ellos, Lucky Cotes, Pello Ron y Tim Sánchez; este último literalmente cosido a balazos en el norte de Barranquilla. Fueron épocas aciagas para la Costa Caribe destacándose la sangrienta vendetta entre las familias Valdeblanquez y Cárdenas que se exterminaron entre sí.

Entre esos finales de los 80 y principios de los 90, también fueron víctimas mortales varios de los capos que Diomedes nombraba en sus canciones: Felipe Eljach, Claudio Mendoza, Moñón Dangón, Germán Vargas Lobo y Samuel Alarcón, amén del crimen en la puerta de su residencia, en la capital del Atlántico, de su amigo, compañero y colega Rafael Orozco, que lo sacudieron hondamente. Cada vez que se daban estos episodios de sangre, el artista entraba en shock y no se recuperaba fácilmente.

Precisamente en el año 1991, concedió al periodista Ernesto McCausland una entrevista difundida por la prensa y que aún circula en YouTube con más de un millón de visitas, donde el comunicador pregunta al cantante si había pensado en la muerte, a lo que, palabras más palabras menos, respondió: Todos los días, a diario… le saco el cuerpo a cada rato… no quiero morirme… lo que más me preocupa es la muerte mía… a mí no me gusta morirme… ni viejo, ahora si yo supiera que serviría más muerto que vivo

me moriría ahora mismo… pero yo no sé para dónde voy, no sé Ernesto, no sé…

Las preguntas sobre la muerte no solo retorcían hasta la medula al Cacique sino que le aterraba el tema, aunque al final de esa famosa entrevista irónicamente pintó, “hasta en sus detalles más triviales”, cómo sería su entierro, pero nunca pensó que podría ser tan temprano. Mejor dicho, él se creía inmortal. Una especie de protegido de Dios y de la virgen del Carmen. Un hombre al que nunca le pasaría nada y que felizmente llegaría a viejo. Seguridad ésta que afianzó mucho más con la muerte de Juancho Rois, su compañero acordeonista el 21 de noviembre de 1994, porque él mismo se salvó de morir ese día en el avión accidentado en Venezuela, que también le costó la vida a Rangel Torres, bajista del conjunto y al técnico de acordeones Eudes Granados. Nuestro personaje se había quedado descansando, agotado de la gira que había hecho en el vecino país.

La tragedia, a lo griego; otra vez lo acorralaba pero él salía ileso. Su depresión fue tal que no se sintió capaz

de ir al sepelio de su compadre, que justificaría con un “Canto Celestial”, composición a la que puso todo el corazón haciendo de paso recordación de su tío Martín, porque ambos perecieron en accidentes, terrestre y aéreo, respectivamente.

Y tres años después, el 15 de mayo de 1997, aconteció la muerte que más improntó el resto de su existencia: la de Doris Adriana Niño, mencionada al principio de esta segunda parte, una joven de 22 años que era su amante ocasional, inculpándosele de haberla asesinado en un apartamento en Bogotá. A partir de aquí Diomedes no sería el de antes, ya que luego de las investigaciones por parte de la Fiscalía, fue capturado y condenado por homicidio culposo en agosto del 2.000. El dictamen médico – legista decía que la víctima había muerto por asfixia mecánica al serle tapadas la nariz y la boca por parte del cantautor, que buscaba controlarla de un estado de histeria que sufrió al haberse enterado esa noche que Luz Consuelo Martínez, allí presente, estaba embarazada. Al saber del fallo el artista, que tenía casa por cárcel al estar afectado del Síndrome Guillian – Barré, decide huir, condición que conservó hasta Septiembre de 2002 cuando resuelve entregarse siendo recluido en la cárcel de Valledupar. Allí estuvo preso 3 años y 7 meses, tras el cumplimiento de las tres quintas partes de la condena y observar buena conducta como recluso.

Durante el tiempo de prófugo le advino otro duro golpe: el secuestro y sacrificio de Consuelo Araujo Noguera, “la Cacica” que, dicen los allegados con los que Diomedes se comunicaba, lo sumió en otra crisis emocional, la cual exorcizó con una canción en homenaje a su memoria, que luego grabaría.

La muerte de Doris Adriana, el estrés, el Guillian – Barré, la fuga de la justicia, el asedio de la prensa, el señalamiento como asesino, etc., habían hecho mella en su ya desgastado organismo sin tregua y en su alma sin sosiego, a pesar del entonces apoyo solidario de Betsy Liliana, la doctora unilibrista barranquillera, que era su compañera en esos tiempos impenitentes.

Pero aún y todo, Diomedes se seguía considerando a sí mismo un hombre bueno, honrado y trabajador por lo que Dios y la virgen del Carmen tenían que velar por él.

Una vez salido de prisión, cuando todo parecía indicar que lo difícil había sido superado, pues gozaba de libertad, nuevo amor y se había reencontrado con su fanaticada, en 2006 Betsy Liliana tuvo que llevarlo de emergencia a causa de dolores en el tórax por un infarto en el miocardio. Fue sometido a una intervención quirúrgica delicada, pero salió satisfactoriamente. Después de la recuperación, desafiante, compuso a la gente criticona que no se sentían competentes y de repente ellos sí podían morir de infarto. Es decir, él continuaba protegido.

Al año siguiente, 2007, tendría Diomedes que aceptar ahora si con cristiana resignación, la partida de su padre Rafael Díaz a quien tanto amó, recompensó y agasajó en vida, porque “su hijo le salió bueno”, gracias a su crianza, como lo reconoció permanentemente en sus cantos. Increíble: El “viejo Rafael” vivió 20 años más que él. Tres calendas después se fue el gran Joe Arroyo, a la temprana edad de 56 años, curiosamente la misma que le correspondería a nuestro personaje al morir. El Joe fue su amigo y alma paralela en la bohemia, mujeres y casetas. Este acontecimiento era un campanazo de advertencia que lo puso muy nervioso, aferrándose cada vez más a la virgen del Carmen.

A todas estas, Diomedes se había separado de Betsy Liliana y estaba ahora con Luz Consuelo Martínez, la bogotana, que puso también el pecho por él en la muerte de Doris Adriana Niño. Evidentemente ella fue cómplice del crimen y por ello fue condenada por “encubrimiento”, pasando 8 meses en el “Buen Pastor”. El Cacique le pagó bien uniéndose a ella hasta el día de su fallecimiento en la casa que compartían en Valledupar.

Es preciso decir que, un año antes de su partida final, en el 2012, en una madrugada, Diomedes se accidentó en su camioneta cuando se dirigía a una de

sus fincas cercana a Valledupar. Poco después de ser atendido en “Urgencia”, mandó un parte de tranquilidad a su fanaticada diciéndolo que una vez más la virgen del Carmen lo había protegido y la muerte tendría que seguir esperando. Sin embargo, horas más tarde tuvo que ser remetido a Bogotá a la clínica Shaio, a cuidados intensivos, porque en verdad eran de gravedad sus lesiones: tenía sangre en los pulmones y fue de nuevo al quirófano. Salió bien la operación.

El Cacique volvería 6 meses después a Bogotá, esta vez a la clínica Country, donde le extrajeron un tumor en la columna que le producía insoportables dolores en la espalda. Luego de la intervención que también fue exitosa, no guardó dieta, ni reposo, ni realizó terapia. Todo esto unido al acumulado histórico de su “vida desordenada”, complicaron totalmente al artista hasta su deceso el 22 de Diciembre de 2013, día que dejó de protegerlo la virgen del Carmen.

Pero él también puso de su parte. Prácticamente en vísperas de su muerte, la noche que yo salía hacia

New York, Diomedes Dionisio Díaz Maestre en la tarima cantado a sus fanaticos en la discoteca “Trucupey”, en pleno centro de Barranquilla, entre el viejo Prado y barrio Abajo. Esta última presentación no fue la mejor pero fue “con mucho gusto”, aunque cuentan que observaron a un Cacique lleno de dolor, voz trémula y sin poder sostenerse en pie. Tuvo que solicitar una silla para musitar con la fuerza del alma sus últimos versos.  Esa, creemos muchos, no es “la vida del artista”.

Dicen que las postreras palabras públicas que pronunció esa madrugada del 21 de diciembre y que causaron gran conmoción fueron: “¡Qué bonito sería estar en el entierro de uno y poder ver a toditos mis seguidores. Muchas gracias, muchas gracias, los quiero mucho. Con mucho gusto!”, y se fue para nunca más volver a habitar entre nosotros. De alguna manera estas frases ya las había predicho en la entrevista a Ernesto McCausland sobre su entierro. Solo había que añadir la exactitud anticipada que le dijo sobre el

número de sus viudas: “póngale una docena”, cifra que hubo acertado 22 años antes de morir.

Se hace necesario destacar en esta instancia, dos canciones de Calixto Ochoa que reflejan el drama “post mortis” que todos los humanos desearíamos saber y ver: qué pasará en nuestro sepelio. Nos referimos a “Sueño triste” y “La plata”.

La primera viene como anillo al dedo sobre la última voluntad de Diomedes antes de coger el viaje hacia lo desconocido: “En la revelación de un sueño/ yo presenciaba mi cadáver/ ¡Juepppaaaaa! /Pero eso tenía un misterio/ porque yo amanecí grave/…” Y en efecto, la mañana del 22 sucedió: amaneció grave, pero no pudo levantarse más de su lecho, lo encontraron por la tarde sin ningún ápice de vida, rígido y frio. No era un sueño, era realidad. No sabemos si él estaba presenciando su cuerpo desde el más allá al lado de Juancho Rois con el “Padre a su diestra”.

La segunda, igual: “Si la vida fuera estable todo el tiempo/ yo no bebería ni malgastaría la plata/ pero me

doy cuenta que la vida es un sueño/ y antes de morir es mejor aprovecharla/ por eso la plata que cae en mis manos/ la gasto en mujeres, bebida y bailando/ si guardo un tesoro no lo gozo yo/ se apodera el diablo de aquella riqueza/ entonces no voy a la gloria de Dios/ se acaba la vida de este cuerpo humano/ y lo que he guardado no se pa´ quien es/ y en el cementerio estoy vuelto gusano/ y allá están peleando lo que yo dejé/…” Y eso también está sucediendo.

El Cacique se apropió de estas composiciones, las expropió y las convirtió en éxitos suyos porque eso era lo que idénticamente creía al respecto. Él jamás grababa algo si no lo sentía, es decir, referido a sus vivencias o a sus pensamientos. Por ello escogía personalmente lo que iba a ponerle su voz, sus sentimientos y hasta sus vísceras.

Muy a pesar de ser creyente, Diomedes tenía interrogantes sobre su religión. Y así se lo dijo a McCausland ya citado: “Dicen que uno va a la gloria, pero en verdad no sé Ernesto, no sé”. Ese es el problema de la dubitación del creyente y nuestro artista no era la excepción. Es decir, si me apego a algo de seguro me funciona, acondicionando mi mente para ello, igual que con un Talismán. “Qué bonito es sentirse uno con fe/ y tener devoción por cualquier cosa en la vida/ porque desde niño me he podido convencé/ que la virgen del Carmen es mi santa preferida/…”, compuso Emiliano Zuleta hijo, himno del 16 de Julio, fiesta preferida en el santoral católico nacional.

Porque es que el problema de la muerte conlleva al hombre a no aceptar el fin sino prolongar su vida después de la muerte. Ese desamparo ontológico, esa angustia existencial, esa zozobra permanente conduce, en el caso que nos ocupa, a la religiosidad popular. Sin muerte no habría otra vida “más allá”. Una vida superior, sin sufrimeintos y sin muerte evidentemente.

Cuando hablamos de religiosidad popular nos estamos refiriendo, a las creencias católicas sincretizadas y arraigadas en el pueblo las cuales las propias autoridades del clero, desde el cura párroco hasta el

Papa, no hacen nada por corregirlas como desviaciones y reordenarlas pastoralmente, sino que las contemplan, permiten y prohíjan. De este modo no se enfrentan teológicamente al pueblo sino que se prestan incluso a complacerlo con laxitud. Algo así como lo que pasa con la santería en Cuba y en el resto de las islas antillanas. O con las acomodaciones católicas en toda América Latina.

Esa presencia del catolicismo popular entre nosotros, se manifiesta con mucha fuerza en Diomedes Dionisio, comenzando por sus dos nombres que recuerdan al paganismo griego. El nombre “Diomedes” no es de ningún profeta, como quiso darlo a entender en su disco “Experiencias vividas”. Se remonta, más bien, a un personaje de la historia griega, a un Rey de Tracia, que supuestamente enseñó a comer carne a sus caballos y cuando no hubo carne terminaron por devorarlo. Y “Dionisio”, es el dios del vino, la embriaguez y la diversión, más acorde a su personalidad.

Pero en todo el trasegar artístico, las alusiones del Cacique (término de por sí pagano también) al catolicismo popular y sus creencias, están presentes con mucha, muchísima frecuencia. Además de tomar oraciones sagradas para sus versos como el Ave María, “Bendita sea usted entre las mujeres…”, el Padre Nuestro, “…que nos libre de todo mal…” y el Credo, “…sentado con el Padre a su diestra”, se puede distinguir esta muestra significativa de términos religiosos extraída de sus canciones: Dios, profecía, milagro, Virgen del Carmen, 16 de Julio, bautismo, iglesia, padre, cura, misa, párroco, patrona, la virgen, María, ahijado, padrino, compadre, mandamientos, bendición, alma, católico, San Martín, los santos, rezar, San José, Job, la Biblia, Madre de Jesús, Jesús, el cielo, ángel, culpa, alabanza, divino niño, perdón, oración, Señor, religión, casa de Dios, fiesta patronal, salvación, castigo, cadis, comunión, diablo, infierno, pecado, mal, bien, mártir, matrimonio, Judas, Jesucristo, la gloria, adorar, de rodillas, rogar, sagrado, el Creador, pago de promesa (manda), la primera

piedra, prender una esperma a la virgen, dame licencia Señora, etc…

Sobre esta última expresión anotada: ¿para qué pedía licencia Diomedes? A nuestro juicio es que el artista buscaba el cielo, la gloria, la inmortalidad y desde casi niño se preparó para ello. Por supuesto, siempre se consideró un hombre bueno, honrado y trabajador, y por ello se creía protegido por Dios y la virgen de Monte Carmelo, su “santa preferida”, a pesar de sus desordenes, faltas y pecados, como todo mortal que se respete porque “nada de lo humano me es extraño”.

Cuando comenzó a gozar del triunfo, de ese si solo Diomedes fue el único y absoluto responsable y culpable, compuso, entreverando felicidad y angustia, estos versos elocuentes: “Esta vida que yo llevo/ es muy bonita (Bis)/ Pa´ que no te me acabaras/ fuera bendita, (Bis)/ pa´ poder vivir cerquita/ de las cosas que más quiero/ que no me pusiera viejo/ pa´ estar siempre jovencito/ cantando, cantando/ cantando versos bonitos/…” O sea, quiere detener el tiempo

para ser eternamente joven, como el retrato de Dorian Greif…

Pero luego compondría: “Como en la vida todo se acaba yo me preocupo/ porque no quiero que esto termine en ningún momento/ a Dios le pido que nos de vida por mucho tiempo/ y que nos libre de todo mal pa´ querernos mucho/…” Aquí ya reconoce el avance irreversible del tiempo, pero pide que sea bastante para él.

Para después reconocer definitivamente que quiere llegar a viejo, incluso insinuando noticias de su vejez, con su “Primera cana”. Sin embargo, Diomedes no tuvo tiempo de llegar a viejo, concepto éste que después que lo aceptó, lo convirtió en su última estratagema para aplazar la muerte que tanto lo rodeó en la vida, pero que él espantaba con el amor, sus versos y sus estados alterados de conciencia, como forma de evadir la realidad. Pero con la firme creencia en su inmortalidad, porque no pensaba morir “ni viejo”.

Inmortalidad ésta que sí logró y por sí mismo, como autoconstructo, porque dadas las condiciones  iniciales que lo rodearon, su status y las limitaciones económicas, estaba destinado al fracaso; pero venció los mil y un obstáculos, adversidades y episodios dolorosos que enfrentó desde que nació. Comenzando por la piedra que bajó su parpado, que si le pega unos centímetros más hacia la sien derecha, le habría hecho perder el conocimiento y se hubiera matado. Pero no fue así, como tampoco lo fueron la serie de circunstancias de riesgo inminente por la que atravesó en su vida azarosa y de las cuales se salvó y que él atribuía a la protección de la virgen del Carmen.

Lo único cierto es que las composiciones, la voz y los arreglos de este gran prodigio del folclor vallenato, se escucharán por siempre y para siempre. El arte es una de las manifestaciones del espíritu que tiene un encanto duradero, perdurable, inmortal. La primera piedra del palo de mango no lo derribó, más no pudo Diomedes hallar la piedra filosofal que lo condujera al elixir de la eterna juventud; pero logró la inmortalidad: “El día que se acabe mi vida/ les dejo mi canto y mi fama/…”. En eso consiste la inmortalidad de Diomedes

Dionisio Díaz Maestre, quien no era un simple indio guajiro alucinado, sino poeta como el que más. Mal poeta, dirá el estúpido que se precia de culto: él era poeta, no más. “No hay poetas malos. Los poetas son o no son” como dice mi amigo el bardo José Luis Herrera. Se las dejo ahí…

DISCOGRAFÍA Y TEXTOS CONSULTADOS

Coley, José Gabriel: ————— Diomedes Díaz: El último predicador de la Guajira. El Heraldo, Abril 25 – 1999.

Coley, José

Gabriel: ————— Diomedes: El oráculo de la Junta. Pepecomenta.com. Diciembre de 2013.

Díaz,

Diomedes: ————— Obra musical completa 1976 – 2013.

McCausland,

Ernesto: ————— Diomedes Díaz y la muerte – Video YouTube…

McCausland,

Ernesto: ————— “No quiero morirme”. El Heraldo, Diciembre 23 – 2013.

Montes, Oscar: ————— Diomedes Díaz – Vivir más no pude. Ed. Planeta, 201

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