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Foto del escritorPepe Sanchez

El trabajo no es un castigo de Dios (Un intento por contarlo, otra vez)




José Gabriel Coley, Filósofo, Universidad del Atlántico

Agradecido con mis lectores.

Me ha pedido mi primo Pepe Sánchez que continúe con mis inserciones de tipo cultural especialmente reseñando sobre los días memorables ya que han calado en los lectores. He aquí, pues, otra nota más, esta vez evocando el llamado Día del trabajo, pero de manera diferente a los lugares comunes. Espero seguir lográndolo.


I. En la Biblia, libro primero de Moisés, Génesis, Eva es tentada en el paraiso por la serpiente que “era el más astuto de todos los animales que Yahvé Dios había hecho”. Ella impulsó a Eva y, por consecuencia, a Adán a comer del árbol prohibido. “Como viese la mujer que el árbol era bueno para comer y apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió y le dio a Adán que también comió”. ¡El pecado de la desobediencia estaba consumado!

“Y echó Yahvé Dios del huerto del Edén a Adán para que labrase la tierra”. “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás”.

El ‘pecado original’ (al cual el filósofo Wilhelm Reich en primera instancia lo analiza como un ‘pecado’ sexual; y en la segunda tampoco le ve nada malo en comer de sus frutos, pues se trata de lograr conocimiento, diferenciar entre el bien y el mal, y de paso ser inmortales), no solo era de la pareja primigenia sino extensivo a toda su decendencia igual que el castigo, hasta el fin de los tiempos. Por ello estamos condenados eternamente a trabajar, porque ”el trabajo lo hizo Dios como castigo”, nos canta Alberto Beltrán…

II. La antropología y la biología sostienen que la especie humana, igual que las demás, es producto de la evolución. El adaptarse rápidamente a los cambios geográficos, climáticos y ambientales, y la lucha permanente de todos los seres vivos entre sí para sobrevivir, son dos claves de lo que Darwin denominó selección natural. Solo las especies más fuertes y que sean capaces de ir perfeccionándose hasta cambiar ante las contingencias del medio, serán las que permanezcan. No obstante, a pesar de que el hombre es producto de la evolución, también es un autoconstructo. El trabajo hizo al hombre, nos dice Engels.

El hombre no es ángel caído sino un antropoide erguido que al liberar sus manos de la locomoción, pudo dedicarlas a construir instrumentos y empezar a trabajar socialmente para lograr sobrevivir y por esa necesidad surgió el lenguaje. Es cierto que los animales también se comunican, que algunas especies elaboran utensilios para resolver problemas, y que últimamente se habla hasta de cultura no humana; pero solo el hombre produce socialmente adaptando la naturaleza para satisfacer sus necesidades a través de la división del trabajo a partir del avance y desarrollo tecnológico en su conjunto.

III. El hombre es producto del trabajo y gracias al trabajo el hombre existe y subsiste. El trabajo nos ha permitido avanzar en el conocimiento del mundo y transformarlo. Pero también ha permitido crear mucha riqueza la cual ha sido acumulada en manos de unos pocos. Esto se llamaba en tiempos y lenguajes bíblicos “riqueza diferenciante”, y era condenada. Pero desde la aparición del capitalismo esta riqueza se ha multiplicado de manera impresionante acumulándose cada vez más. Estas ganancias provienen de la super explotación de la naturaleza debido al trabajo dirigido de masas de obreros en múltiples frentes (ríos, valles, montañas, selvas, mares, aires, carreteras, fábricas, etc) que actúan cumpliendo órdenes por un salario y sin ninguna responsabilidad ética ni consciente.

Es una super explotación sin límites. En tres turnos de 8 horas cada uno al día, se operan millones de máquinas que no paran en aras del incremento del capital. Tal parece que los dueños de los medios de producción estuvieran poseídos del ideal ultraburgues del cuento del rey Midas el cual murió riquísimo, pero de sed y de hambre por convertir en oro todo lo que tocaba. Y esta moraleja de la ambición le podría ocurrir, no solo a los depredadores y codiciosos empresarios sino, por reflejo, a toda la humanidad. La disyuntiva, pues, está planteada: O hacemos que el capitalismo salvaje modere su irracionalidad armonizando planificadamente las relaciones con el planeta o desaparecemos como especie. Los virus que están surgiendo, y que se sospecha son de creación artificial por la manipulación molecular indebida de la ingeniería genética, son un aviso. Después será demasiado tarde. Las futuras marchas del día del trabajador deberán ser bajo esta divisa.

Barranquilla, día del trabajo de 2020

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