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Foto del escritorPepe Sanchez

Gabo y Barranquilla: Recordaciones sobre la ciudad y amigos que lo marcaron para siempre

Actualizado: 17 abr 2020

*Quien haya leído a Gabo, habrá podido advertir su obsesión por la vejez, sobre todo en Cien años de Soledad

Por: José Gabriel Coley Filósofo Universidad del Atlántico

Cuando José Arcadio Buendía y sus compañeros de travesía de aquella sierra impenetrable fundaron Macondo nadie era mayor de 30 años y estaban decididos, y lo consiguieron, a morirse de viejos en ese lugar.

Quien haya leído a Gabo, habrá podido advertir su obsesión por la vejez, sobre todo en Cien años de soledad (CAS). Si, sus personajes llegan a ser centenarios, matusalénicos. Esa fue la treta que se inventó el escritor para su longevidad, además de no tomar muy en serio la vida como el recurso más efectivo contra la muerte, como lo expresó en varias ocasiones, y la fe que consiguió la inmortalidad.

Melquíades ya lo había dicho: He alcanzado la inmortalidad. No obstante, el taumaturgo gitano muere en su tercera muerte, pero su creador sigue vivo después de su única muerte posible, y después haber llegado a viejo igual que los patriarcas de Macondo.

Era jueves santo cuando murió García Márquez, igual que Úrsula, el sostén cuerdo de la dinastía Buendía. Ese día, 17 de abril de 2014, tembló en Ciudad de México; y durante el sepelio simbólico de Aracataca cayó un aguacero como en el París del recuerdo de Vallejo. Pero ya Gabo sabía, que para nacer había nacido, al decir de Neruda.

Por ello quiso ser escritor. Y sus amigos, Alvaro Cepeda, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor del llamado “Grupo de Barranquilla”, definitivo en su formación literaria, ya lo eran en la década del 50. Y todos apostaban a dejar en vida una obra perdurable. Fueron los primeros y últimos amigos que tuvo en la vida, hasta el punto que pensaba en ellos como si fueran uno solo. Cuando los conoció en la librería del sabio catalán (quedó) fascinado por el descubrimiento de la amistad, como se narra en CAS, cuando Macondo ya no es Macondo sino Barranquilla. Eran los cuatro mosqueteros de Dumas, que no tres, terminando Gabo convertido en D’artagnan. Por algo fueron todos a Estocolmo al recibimiento del premio Nobel en 1982. Fue un triunfo colectivo.

Únicamente faltó Alvaro, el primero en irse en un tren sin regreso, pero estaba allí presente con la "Tita", amén de otros amigos encabezados por su compadre Plinio Apuleyo Mendoza, una frondosa muestra folclórica y musical del Caribe y él vestido con un liqui-liqui, traje que fue donado por sus herederos al museo Nacional.

Pero pasados los fastos del Nobel Gabo, lo mismo que el coronel Aureliano Buendía, promovió 32 guerras más (léase años) pero él sí las ganó todas gracias a que continuó escribiendo. Tiempo después sus otros dos amigos Germán y Alfonso murieron, como premonitoriamente se había señalado al final de CAS; pero Gabriel, el último que abandonó a Macondo, logró la inmortalidad a nombre del grupo (las cursivas son de CAS).

En muchos momentos llegamos a pensar que Gabo era capaz de exorcizar la muerte al estilo Amaranta, pues también la detuvo tejiendo y destejiendo su mortaja como la Moira griega. Pero él lo hacía armado de sus “dos dedos índices y las 28 letras del alfabeto”. Desde que recibió el Nobel comenzó a aplazarla, pues ese premio tiene un sino trágico, ya que la gran mayoría sobrevive poco después de obtenerlo por lo que decidió postergarla a través de la escritura.

Primero con El amor en los tiempos del cólera, donde sus personajes Florentino Ariza y Fermina Daza pudieron casarse pero siendo ya septuagenarios, frisando Gabo apenas los 55. Y tan pronto pasó de los 70, de nuevo construyó otra historia que sucede en Barranquilla con calles, callejones y sitios con nombres propios. El protagonista Mustio Collado, en homenaje a Quevedo, es un periodista que el día de sus 90 años todavía tenía fuerzas para el amor y, por poco Gabo mismo alcanza esa edad: tenía 87 años cumplidos el día de su fallecimiento.

Sinceramente nosotros creíamos que llegaría a los 100, como su novela gloriosa, porque después de Memoria de mis putas tristes, su reto era Vivir para contarla. Era su autobiografía en tres largos, detallados, y pausados tomos pero, una vez publicado el primero, como todo macondiano, se afectó de la peste del olvido, su pluma se secó y con ella su vida.

“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Es posible que Gabo solo deseaba que le alcanzara la vida y sus recuerdos y sus nostalgias para contar y dejar constancia existencial de esa primera y definitiva parte de su ser, sus amigos y sus circunstancias. En ese único tomo se divisa ya su matrimonio en la iglesia del Perpetuo Socorro del barrio Boston de Barranquilla. Después se fue con su "Gaba" para el mundo entero que lo reclamaba, pero sin nunca olvidar a este pedazo de terruño ancestral que lo acogió, lo formó y lo lanzó a la inmortalidad. Salve Gabo, “Ave Cesar, morituari te salutam”.

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