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  • Foto del escritorPepe Sanchez

Los buses de antes en Barranquilla (verdaderas calderetas)



Una interesante nota especial para pepecomenta, por Alberto Buelvas Castro

Estos buses eran las peores calderetas con las que contaba el servicio público de transporte masivo en Barranquilla. Eran mejor conocidos como K9 y su contraparte era Aduanilla Bosque K18, de estos últimos podía decir que estaban en aparente mejor estado.

Salían de Barranquillita por la 41 con alguna letra, carrera que estaba entre entre las esquinas del Almacén Tía y la esquina del Mercado Público, en esa esquina en el interior del mercado público estaba el almacén de telas William Chams.

Esos buses eran de madera (abarco) y láminas galvanizadas de bajo calibre, las ventanillas de los más antiguos era de una especie de carpa o lona que se sujetaba con un pedazo de correa de cuero que tenía un ojete cobrizado que se encontraba con un cierre estilo mariposa también de cobre, cierres que después que dejaron de hacerlos de cobre los hicieron de lata y al oxidarse por el ambiente salitroso de Barranquilla y la carencia de mantenimiento no funcionaban bien. Cuando venía las lluvias el cierre de mariposa no giraba y había tres opciones: forzar la correa, volar el broche o mojarse.

Los aguaceros dentro de estos buses estaban llenos de olores desagradables producto de los calores que emanaba del motor, el ingreso de humo del mofle en mal estado que se filtraba por las hendijas del piso de madera, el sudor de la gente y hasta el de las comidas empacadas en sacos y el olor a pescado que emanaba de alguna ponchera con ese alimento, poncheras que estaban cubierta por cogollos de matarratón o un pedazo de tela sujeto con un pedazo de caucho sacado de neumáticos viejos, muy similar al caucho de las hondas que usaba en ese entonces para cazar pájaros y afinar puntería rompiendo botellas de vidrio, a esa sinfonía de olores no faltaba el que en silencio dejaba salir un gas intestinal que daba para protestas y descripciones de lo que debía estar comiendo el autor de un peo con tan gran capacidad de hediondez.

Después se modernizaron y reemplazaron las carpas de lona por unas ventanillas de un marco madera que enmarcada un vidrio y se escondían en un hueco entre la lata interior y exterior que se frenaban mediante dos cuñas de caucho de las que se usaban para frenar las puertas; como todo estas también tenían el inconveniente de que no faltaba el basto que empujaba la ventanilla y quedaba tan justa que para volverla a usar se necesitaba de la ayuda de dos personas para jalar y alguien presionando con un destornillador para destrabar y a veces decepcionaba porque después de tanto esfuerzo descubrían que el vidrio estaba roto, así que se mojaría el que iba en esa ventanilla, el de adelante y el de atrás. No faltaba el que manifestaba su análisis diciendo que las de lonas eran mucho mejor que estas porquerías de ahora.

Las bancas eran de tres puestos estilo sillón tapizadas con cordobán de colores oscuros muy conservadores de la gama de los marrones y con un abullonado a base de resorte y relleno de paja, la última banca era una sola silla que asemejaba a un gran sofá, no tenían torniquetes y casi siempre había ausencia de las dos primeras sillas, espacio que era usado por los tenderos cachacos para acomodar los sacos con los productos para abastecer la tienda y de paso le daban un dinero extra al conductor.

Los conductores estaban muy mal presentados, vestían camisas sucias sin abotonar después del segundo botón para darle holgura a la barriga, calzaban medio botines de cuero burdo marca Grulla que los tenían sucios de polvo y grasa, con los cordones a medio ajustar, sin medias, los pantalones tan justos que cuando se agachaban dejaban ver la raja que separa las nalgas, los cabellos largos, sin peinar que cubrían con una gorra estampada con la leyenda de algún político de turno, los bigotes sin cuidar que parecía cepillos para barrer con exceso de uso.

Tenían cobradores que eran hermanos menores, hijos o hermanos de la querida del conductor. El techo en la parte del conductor tenía tejidos de lana como estilo cenefas que cubrían algunas luces de colores estridente que casi nunca prendían y frente al chofer la parte que estaba sin vidrio lucía cubierta de calcomanías obscenas. El panorámico podía ser de una ventana estilo vaivén con un vidrio común que no superaba los cinco milímetros y algunos estaban partidos y así seguian en el servicio; este tipo de ventanas permitían que el conductor ajustara la abertura para dejar pasar la brisa y refrescarse. El piso de esos buses era de madera sin ninguna cubierta de barniz, a veces lo embadurnaban de ACPM que provocaba la caída de los que estaban desprevenidos. Como todo era de madera, cordobán y desajustes no faltaba los clavos asomados que podían herir la piel o romper la ropa.

Aún recuerdo ese trac trac trac que hacían las ventanas cuando el bus de K9 se bamboleaba por los huecos de las calles de los barrios sin asfaltar y junto a ese matraqueo de las ventanas el chuis chuis que hacían los clavos flojos al salir y entrar de la madera.


Alberto Buelvas Castro

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