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Foto del escritorPepe Sanchez

Para leer el Miércoles de Ceniza (Le sucedió a José Gabriel pero de igual manera me ocurrió

y con toda seguridad lo mismo le ha pasado a muchos de ustedes. Cuenten, por favor. Y eso en cualquier época de Carnaval)


Carnavales de Antaño

Por lo visto parece que a mi vida nada le sale bien. Nunca existirá una mujer a la cual, malaya sea, no le maldigan de mí. Estoy condenado a que no me entiendan, o a que me malentiendan, ayudadas por otras personas e incluso, tengo que reconocerlo, por mí mismo.

Sé que debo cuidarme pero no lo hago. Actúo así, simplemente, de manera espontánea, desprevenida, y después, ¡todo lo que me cuesta!

Hoy me toca rogarle a mi amor furtivo que ya casi no me pertenece. Después de mi comportamiento ejemplar durante muchos meses contigo, ahora me niegas todo: soy sucio, perverso, malintencionado. Un paria, un perdido, sin fuerza de voluntad…Y lo peor, que te elegí especialmente para hacerte daño.

Y todo por perder el control en estos carnavales que terminan de pasar y de los cuales ya no guardo ningún recuerdo. Pero, ¿qué voy a recordar? Si, solo lo triste; empezando por tu tristeza que también es mi tristeza.

El colmo del carnaval es que acaba triste el martes, con Joselito (luego José). Se van rápido y son amnésicos. Por eso se repiten todos los años. Es un escape colectivo a la rutina a los deberes y al hastío, en fin, una catarsis social. Qué sería de nosotros reprimidos todo el año.

Yo no quiero que este amor termine como el himno del carnaval (“Te olvidé”). No sé por qué lo consideran así. Sus versos los hizo un español (Mariano San Ildefonso); aquí solo le pusieron el tumbáo del garabato, pero son tristes, lo mismo que el canto de Alberto Fernández. Hasta la trompeta del maestro Antonio Maria Peñaloza desnuda y comprueba que este aire es de lamento y melancolía. O de pronto, por el trance en que ando, estoy descubriendo y validando los motivos del autor que, entre otras cosas vivió, en Barranquilla y fue periodista del diario El Nacional por los años 50.

Para redondear tanto duelo, luto y separación dolorosa, la blanca maizena se me convirtió en oscura gripe con fiebre precisamente el miércoles de cenizas. En horas de la tarde en

vista de que continuaba mal fui a buscar el celular y no lo tenía. Quién sabe dónde lo tiré. No pude comunicarme contigo para informarte que no iría el día de Júpiter a la cita acordada y te quedaste esperando (tu tampoco hiciste ninguna vuelta para averiguar. Comprendo, estabas enfadada).

El mal humor me fue creciendo al llegar el día de Venus. No obstante, como hombre de pensar lógico tipo Juan Pablo Castell, personaje de la novela El Tunel de Ernesto Sábato que deduciendo cosas logra recuperar a su amante Maria Iribarme (yo te regalé el libro, ¿recuerdas?), pensé que debiste entender mi ausencia y concluir que algo había pasado. Eso me alivió un poco.

Sin embargo, solo fue por la noche que me enteré desde mi enroque que habías llegado cerca de mi cárcel de tres días de malestares, angustias y fastidios. Pero llegaste a que te alimentaran tu veneno hacia mí y cuando te fuiste todo estaba consumado, en mi contra.

Hacia las 9 de la mañana del día de Saturno mandé a buscar con un pelao de la cuadra que llegó a mi casa al muchachito – correo y por fin supe de ti y de tu dolor; pero tú no sabías del tamaño del mío, ni de mi desesperación. El chico me dijo que te llamara.

Salí rápido hasta la tienda. Llamé – llamé – llamé – llamé – llamé – llamé – llamé – llamé – llamé… etc – etc – etc – etc – etc – etc – etc – etc – etc – etc – etc – etc…

Regresé otra vez al infierno y me volví a acostar sin dormir rumiando mi soledad todas las horas que faltaban esperando que llegara el horrible día del Dóminis para tragarme todos los periódicos (sabes que odio la T.V.) y sus suplementos literarios. Era una salida de mi celda, de ti, de mí… No sé, pero me liberé.

No obstante, tan pronto llegó el día de la Luna me preparé para las 10:30 A.M. hora en que regularmente te he llamado, porque estás sola y puedes contestar y te marqué, esta vez sin mucha credulidad y sin pensar en el santo y seña convencional, sino en otro que tenía bien claro en caso de que tu voz se asomara: “¿Quieres hablar?”. Me quede esperando.

Una vez te dije: “Porfa, no me apagues el celular”, y ante la evidencia de tu tozudéz no pude más y no supe de mí. Pasé por tu casa pisando firme y luego en mi carro. Pité en tu puerta. Nada. Entonces fui y busqué a tu prima en su apartamento y fui a su almacén. Nada. Ante tanta negatividad decidí llamarte a tu teléfono fijo y por fin te encontré, mi Maria Iribarne.

Desde siempre, siempre me contestabas. Ahora, vaya pués, sabiendo tú que era yo, morena linda, me pusiste a loquear, pero logre hablar contigo hoy día de lunáticos, de locos y de lobos; y de caperucita. Mañana, día de Marte cumpliré una semana sin verte. Espero que acudas a nuestro re-encuentro como me acabas de decir y no tomes venganza. La mejor cualidad de una mujer es la indulgencia.

Y aunque la culpa inicial fue mía, la tristeza final no la merezco. No era para tanto. Si, estábamos en carnaval. Alegría desbordante que contamina y necesaria para el espíritu. Después tristeza, orden y superación. Aunque de alguna manera toda la vida estamos en carnavales. Si no que lo diga el final de este poema dedicado al payaso inglés Garrith:

“…El carnaval del mundo engaña tanto

que la vida son breves mascaradas,

aquí aprendemos a reír con llanto,

y también a llorar con carcajadas”.

Si todavía después de todo lo que he escrito crees que no nos debemos seguir viendo, una vez más te lo digo, tú decides. Para el amor se necesitan dos. Al fin y al cabo te invité a recorrer un camino hasta cuando tú quisieras. ¡Y todo por un Carnaval!

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