*Para el amor se necesitan dos. Al fin y al cabo te invité a recorrer un camino hasta cuando tú lo desearas. ¡Y todo por un Carnaval!
Y TODO POR UN CARNAVAL *
“Hoy me toca rogarle a una mujer,
que mi vida sin ella sería nada,
pero no valoriza mis palabras y
bendito sea Dios que se va a hacer”
Diomedes Díaz
Por: José Gabriel Coley (Magister en Filosofía y docente por 40 años en la Universidad del Atlántico)
A mi vida nada le sale bien. Nunca existirá una mujer a la cual, malaya sea, no le maldigan de mí. Estoy condenado a que ellas no me entiendan, o me malentiendan; ayudadas por otras personas e incluso, tengo que reconocerlo, por mí mismo. Sé que debo cuidarme pero no lo hago. Actúo así, simplemente, de manera espontánea, desprevenida, y después, ¡todo lo que me cuesta!
Hoy me toca rogarle a un amor prohibido que he debido conservar y que ya casi no me pertenece. Después de mi comportamiento ejemplar durante muchos meses contigo, ahora me niegas todo: soy sucio, perverso, malintencionado… un paria, un perdido, sin fuerza de voluntad… y que te elegí especialmente a tí para hacerte daño…
Y todo por perder el control en este carnaval que termina de pasar y del cual ya no guardo ningún recuerdo. Pero, ¿qué voy a recordar? Solo lo triste; empezando por tu tristeza que también es mi tristeza.
El colmo del carnaval es que acaba triste el martes, con Joselito (luego José, mi nombre). Se va rápido y es amnésico. Por eso se repite todos los años. Es un escape colectivo a la rutina, a los deberes y al hastío, en fin, una catarsis social. Qué sería de nosotros reprimidos todo el año. Si, vomitaríamos puñales.
Yo no quiero que este amor termine como el llamado Himno del carnaval (“Te olvidé”). No sé por qué lo consideran así. Primero que todo los versos fueron hechos por un español (Mariano San Ildefonso); aquí solo le pusieron el tumbáo del garabato, pero son tristes, lo mismo que el canto de Alberto Fernández. Hasta la trompeta del maestro Antonio María Peñaloza desnuda y comprueba que este aire es de lamento, nostalgia y melancolía. O de pronto, por el trance en que ando desde el miércoles de cenizas, estoy descubriendo y validando los motivos que tuvo su autor que, entre otras cosas, fue periodista del diario El Nacional de Barranquilla por los años 50.
Para redondear tanto duelo, luto y separación dolorosas, la blanca maizena y la estúpida espuma de cuatro días se me convirtió en oscura gripe precisamente el día de la cruz en la frente de los 17 Aurelianos. Amanecí con fiebre y así pasé la mañana. En la tarde como continuaba mal fui a buscar mi celular pero no lo tenía. Quién sabe dónde lo tiré. No pude comunicarme contigo para decirte que no iría el día de Júpiter (jueves) a la cita de siempre y te quedaste esperando (tu tampoco hiciste ninguna vuelta para averiguar qué había pasado. Comprendo, estabas enfadada).
El mal humor me fue creciendo al llegar el día de Venus. No obstante, como hombre de pensar lógico tipo Juan Pablo Castell, personaje de la novela El Tunel de Ernesto Sábato que deduciendo cosas logra recuperar a su amante María Iribarne (yo te regalé el libro, ¿recuerdas?), pensé que debiste entender mi ausencia y concluir que algo inusual había ocurrido. Eso me alivió un poco.
Sin embargo, solo fue por la noche cuando me enteré en mi enroque que habías ido cerca de mi cárcel de tres días de malestares, angustias y fastidios. Pero llegaste a que alimentaran tu veneno hacia mí y después ya todo estaba consumado, en mi contra.
Hacia las 9 de la mañana del día de Saturno mandé a buscar con un pelao de la cuadra que por coincidencia llegó a mi casa, al muchachito–correo que era nuestro íntimo enlace y por fin supe de ti y de tu dolor; pero tú no sabías del tamaño del mío, ni de mi desesperación. El chico me dijo que te llamara.
Salí rápido hasta la tienda. Llamé - llamé – llamé - llamé – llamé - llamé – llamé - llamé – llamé… etc – etc – etc - etc – etc – etc - etc – etc – etc – etc – etc – etc…
Regresé otra vez al infierno y me volví a acostar sin dormir, rumiando mi soledad todas las horas que faltaban para que llegara el horrible día del Dóminis y tragarme los periódicos (sabes que odio la T.V.) y sus suplementos literarios. Era una salida de mi celda, de tí, de mí... No sé, pero me liberé.
Empero, tan pronto llegó el día de la Luna me preparé para las 10:30 A.M. hora en que regularmente te he llamado, porque estás sola y puedes hablar, y te volví a marcar al celular, esta vez sin mucha credulidad y sin pensar en el santo y seña convencional, sino en otro que tenía bien claro en caso de que tu voz se asomara: “¿Quieres hablar?”. Que vá, me quedé esperando.
Una vez te dije: “Porfa, no me apagues el movil”, pero ante la evidencia de tu tozudéz no pude más y no supe de mí. Pasé por tu casa pisando firme y luego en mi carro. Pité en tu puerta. Nada. Fui y busqué a tu prima en su apartamento. Nada. Llegué hasta su almacén. Nada. Ante tanta negatividad decidí llamarte al teléfono fijo y por fin te encontré, mi María Iribarne.
Desde siempre, siempre me contestabas. Ahora, vaya pués, sabiendo tú que era yo, morena linda, me pusiste a loquear, pero logré hablar contigo hoy día de la luna, luego de lunáticos, de locos y de lobos; pero también de caperucita. Mañana, día de Marte dios de la guerra, que ojalá por lo menos esta vez sea de amor, cumpliré doce días sin verte. Esperaré a que acudas a nuestro re-encuentro como me acabas de decir y no tomes venganza. La mejor cualidad de una mujer es la indulgencia, pero tú me castigas.
Y aunque la culpa inicial fue mía, la condena final no la merezco. No era para tanto. Si. Estábamos en carnaval. Alegría desbordante que contamina y necesaria para el espíritu. Después, aburrimiento, orden y superación. Aunque de todas maneras la vida es un carnaval como lo canta la gran Celia de Cuba. O si quieres, que lo diga el final de este poema dedicado al payaso inglés Garrith: “…El carnaval del mundo engaña tanto / que la vida son breves mascaradas / aquí aprendemos a reír con llanto / y también a llorar con carcajadas”.
Si luego de estas palabras peregrinas crees que no debemos continuar una vez más te lo digo, tú decides. Para el amor se necesitan dos. Al fin y al cabo te invité a recorrer un camino hasta cuando tú lo desearas. ¡Y todo por un carnaval!
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